EL FINAL DE MARTIN FIERRO
de Nahuel Ceró
I
Ha socegado el silencio
hechos que muchos callaron,
sucesos que a la memoria
le dieron su firmamento,
y por dolor el silencio
supo masticar el polvo.
De la gesta que aquí evoco
ni siquiera quedan tumbas;
ni la piedad de una cruz
en un túmulo clavada.
La desmemoria borró
las páginas de la historia.
Oigo voces que cantaron
gestas de la patria madre,
aquellas que a la memoria
le costó guardar entera
y que a mi saber concede
palabras como consuelo.
Invoco la Pampa inmensa
en esta edad; y al cuidado
del don que nació con élla
dejo rodar mi argumento.
Es el día y es la hora
en la soledad del habla.
Élla sabe lo que ignoro
y me dará en la envestida
aquello que la palabra
en la ocación desoculte;
ésto que guardan los tiempos
bajo viejas polvaredas.
Un viento de belfos blancos
hace alardes de guitarras;
trae noticias que nacen
de las migas del camino,
de piedras, huesos y abrojos
que son mojones de búhos.
Voces que quieren ser polen
germinan donde las noches
hicieron de la distancia
laberintos del silencio,
donde el vuelo del chajá
es una cartografía.
Cantores y convidados
del fogón sonambulario,
apresten carona y basto,
escarben el cimarrón,
y hagan rodar el pichel
que la cosa es para rato.
Que hable la madre tierra;
cante su gesta callada,
sucesos desenterrados
de los senderos esquivos,
palabras, sueños, lamentos
que la muerte resurgita.
Yo que vi la inequidad
a lo largo de la Historia
quise averiguar por qué
el dolor no tiene lengua:
gime, se queja y resigna
sin gritar un argumento.
Que cosa cuando el silencio
lleva viento por cordaje;
por éso la certidumbre
la saqué de los abismos.
Por soñar soñé algún modo
de remediar el entuerto.
Se olvida que siglo y medio
cubrió las tumbas con bostas.
Gauchos, indios y mulatos
en el polvo se levantan
como si fueran espejos
del cielo bajo la tierra.
Susurros de viento amargo
traen recuerdos esquivos,
secretos que nadie ignora
pero tampoco divulga,
cuatrivia donde una estaca
es la cruz de viejos sueños.
Despertaré al mal dormido
y al que se esconde en sus sueños;
que digan a su manera
lo que se sigue callando.
La redención de la lengua
es el principio del habla.
o o o
Oigo galopes que traen
recaudos de antigua data;
hable aquel que tiene sombra
a la sombra de la nada,
diga lo que no se sabe;
yo contaré lo que vi.
Otros cantarán aquello
que nadie quizo escuchar.
Nada me ampara en lo dicho,
nadie borrará mis huellas;
no quiero luces a menos
que sean las del infierno.
Que la muerte se desdiga
y eche raiz el viento,
ahora que la memoria
abre las puertas del polvo
despues de la noche infame
que se nos dio por bandera.
Muchos años han pasado
y los cielos se cerraron.
Ríos de sangre y de tinta
equivocaron de parto;
pero la patria escondida
parió más de lo perdido.
Los crímenes mal callados
con intrigas y cadenas
llaman desde sus edades
a las tranqueras del polvo.
Lo que yo vengo a cantar
es la voz de mis hermanos.
Nadie podrá desdecir
lo que aquí deja su marca
como memoria de muchos
y desmemoria de otros.
La muerte no pudo hacer
lo que la vida delata.
No invoco cielos cursivos
ni me enriedo en la celada;
acometo como el manso
al que le roban la patria
sin dejarle apacentar
la razón de su existencia.
Papeles, muchos papeles,
cayeron en desvarío
bajo la fusilería
y cañones agoreros,
presagio de rebeliones
de los tiempos venideros.
Gestas que de boca en boca
fue pan de la saga grande,
prejuzgada por los unos
y mal juzgada por otros..
Quiren la cuenta cerrada
según reglas de la usura.
Soplan vientos mercenarios,
pero también solidarios
y en este tanto me juego
para atascar lo primero.
Mientras éso no suceda
la Historia estará de duelo.(144)
o o o
II
Taba que no atrasa el viento
no será taba culera,
y en ésta juego una buena
que no viene regalada.
Es lo mejor que deshojo
de mi experiencia este día.
A quién le cuadre mi canto
venga a cantar a mi lado.
A mi historia le faltaba
el final comprometido,
aquel que quedara trunco
por razones de la vida.
Aquí les vengo a contar
las cosas que todavía
esconden de quienes quieren
desenterrar el pasado.
La Vuelta no fue mejor
que la relación primera.
Ésta, por ser la tercera,
debería ser la yapa;
pero no le llega al rabo
a la que fue la Partida.
En soledades se añeja
el sentido de la cepa.
Entre lo que les canté
hablé de notas del viento,
del silencio del desierto,
del dolor de mis hermanos,
de horfandades e injusticias,
aflicciones y pendencias,
del dolo de quienes dicen
administrar la justicia.
De los dolores de muchos
dejé versos duraderos.
No canta bien quién oculta
las desdichas de su gente.
El hombre sabe por hombre
que en la desgracia se agranda
y en ocaciones peores
hace luz de su ignorancia.
Apuesten a que lo que digo
puede cerrar una herida,
y si no, habrá memoria
para que otros lo hagan.
En las páginas del aire
hasta el ave más chiquita
tiene memoria en sus alas
del cielo que deshabita.
En la memoria del agua
hay peces desmemoriados
y en la memoria del paria
hay poco de que jactarse.
El silencio de los pobres
es silencio mal hablado;
pero el peor silencio
es el que gritan los muertos.
Cantar desgracias ajenas
es resistir la emboscada;
pero cantar las desgracias
de una nación expoliada
es desmentir las argucias
de quién hace la emboscada.
Tomen notas compañeros
y escuchen con atención.
Hay cantores que dejaron
su juventud y su suerte
donde callar es consigna
y lamer rabos, designio.
Con augurios lisonjeros
y promesas le trucaron
fama de gallito ciego
con el espolón quebrado.
Hay otros que por afán
de remediar su culera
riman glorias y fortunas
en medio de la horfandad,
cantores del mandamás,
escribas de camposanto,
tibios que venden su don
por monedas de la usura.
Unos sabrán de su ciencia
lo que yo se de la mía;
con lo poco ya me alumbro
si la noche es más oscura;
pero si la noche presta
estribos para el galope
con una yesca me sobra
para alumbrar el desierto.
Otros hablarán mejor
y se darán importancia;
yo aprendí de mis dolores
y de dolores ajenos,
que hay escuelas para todos,
para el sonso y el prudente;
si hasta el arado es escuela
del que no sabe leer.
Cada cual se facilita
según su necesidad,
el saber que le aconseje
abrir o cerrar el pico.
El que canta como el ave
en las ramas de la vida
se cuida de formar su nido
en arbol de tallo seco.
Tiro la última taba
y me juego mi destino.
No es prudencia equivocada
hacer uno su sendero,
como no es disoluto
repechar la incertidumbre.
Pongo un pan en esta historia
y que lo coma quién quiera.
A nadie pedí consejos,
a nadie le debo pesto,
y si me atrevo a entonar
en la noche de mi vida,
no debe ser por desquicio
de un afán extraordinario,
sino por hacer un alto
y remediar lo callado.
Recuerden que ya les dije
que no soy cantor letrado.
Soy un pájaro perdido
que no conversó con Dios;
pero no habré de dudar
cuando hablo de mi pueblo,
cuando decanto el orgullo
de ser yuyo de este suelo.
Anda un sueño dando vueltas
lamiéndose las heridas,
dando su razón de ser
al manso como al sapiente.
Ellos saben de ese sueño;
otros al dormir deducen
que sólo queda memoria
del cielo en el cementerio.(280)
o o o
III
En la inmensidad piadosa
de la noche de la Pampa
una luz que no se apaga
y nos llama con sus lenguas,
es un convite que obliga
a rumbear para ese lado.
No hay luz, por mala que sea,
que no traiga bendición.
De rodillas en el llano
un ranchito retobado,
tapera que alguna vez
supo ser nido de muchos,
ahora, como al acaso
del azar de los caminos,
es el regugio de algunos
y de nadie otras veces.
Un gaucho viejo templaba
las cuerdas de una vigueela.
Mientras decía sus coplas
escarbando en su memoria,
un galope se hizo trote
y otro galope se oyó.
"Falta uno para el truco",
dijo el viejo al saludar.
Al ver que no era uno
sino dos los que llegaban,
al responder el saludo
el viejo volvió a decir,
" Dije uno, pero en yunta
van segurito a desquite;
tengan por bién un buén trago
y que su bendición nos guarde."
"Acomodensé, compañeros;
aquí hay lugar para todos;
lo que falta o lo que sobra
no ha de quitarnos las ganas
de sobarle a la viguela
lo que le falta decir.
El costillar ya está a punto
y el cimarrón no le mengua."
Envuelto en su calamaco
con un saludo discreto
el más viejo de los dos
dio gracias por el convite.
El otro se acomodó
a un costado del fogón
y brindó por los presentes
tratándolos de "peñí".
El anfitrión, por experiencia
al viejo recién llegado
la guitarra convidó
sin decir una palabra.
Su compañero escuchó
como quién oye a su padre
sin dejar de alimentar
el fuego que los cuidaba.(336)
FIERRO
Debe ser por desatino
ésto de vivir cantando:
aunque malicio que muchos
al tomarlo por destino
nos convidamos del Dios
que tarda en cumplir la cita.
Seguro que anda trovando
más allá de la frontera,
Por apelitivo, Fierro,
y por descuido, matrero.
Esa es mi santo y mi seña,
y también es mi desgracia.
Permítanme que les diga
lo que pidan las esstrellas,
o lo que me resta dar
para honrar el desafío.
No diré coplas mejores
que las del payador antiguo;
sólo me cuesta mirar
para ver lo que éllos vieron.
Si alguna vez fuí florido
fue por amor, no por chusco.
Hasta el ave cuando canta
lo hace según sus plumas.
Así se allana el camino
de la soledad del hombre.
Mientras mudamos de penas
otras penas nos esperan.
La vida nos da sogazos
sin darnos explicación.
El tiempo nos desmorona
y nos saca del sendero.
El viejo la duda calla
y se permite opinar;
pero muestra cicatrices
como suma de su edad.
A veces un argumento
alcanza para encantar;
otras veces sus pesares
desencantan su sentido..
Así la vida nos da
su bendición y litigio.
Ya sin mujer y sin hijos
puedo rumiar mis desvelos
como si al desvelo diera
la claridad que con éllos,
por tanto gemir su ausencia,
perdí sin saber por qué.
No profanar el silencio
es el mayor mandamiento
y menos cuando a la noche
rasgan alas de suindá.
Esa es sabiduría
que mis mayores me dieron
cuando la palabra era
más que palabras, dos manos.
De mis desvelos saqué
la explicación necesaria,
del dolor de lo perdido,
de sus causas y razones.
Por azares de una ley
que me cuesta comprender
sé lo que soy, pero dudo
de ser lo que quise ser.
Las palabras que desandan
en soledad su argumento
a veces son polvareda
que dispersarán los vientos.
Pero si el viento desteje
las mortajas del silencio
se levantarán del polvo
susurros de vieja data.
Éso lo sabe el que guía
mitos de pueblos quebrados,
sucesos que van en éllos
con sueños que siguen vivos.
Hay cruces desmemoriadas
en la horfandad del desierto.
En esa horfandad resisten
galas que pocos recuerdan.
Hay naciones insepultas
como partos postergados.
Ayeres sin un mañana
y mañanas sin presente,
razones que van creciendo
sin edad, pero sin prisa.
Por allí anda el perdón
abriéndose las heridas.
En soledad cada ser
sin medir su madriguera,
sin dar cuentas de su cuero
es dueño del universo.
Nada fatiga ese credo
si no se deja domar.
Ora la luz cuando cesa
la noche de su desidia.
Otros, cautos o sumisos,
próceres del infortunio,
convidados de chiqueros,
mendigos de los azares,
se crean falsos milagros
y dormitan sus miserias.
Viven, sufren y suspiran
su fin, pero de rodillas.
Se de varones de paja,
cultos señores que agitan
banderas como sudarios,
promesas como señuelos.
Castigan al que se apresta
a develar su artilugio;
al que duda, por dudar,
o resistir sus demandas.
La rebelión es el don
que la desnudez otorga,
sin títulos ni blazones,
sin pactos ni juramentos.
Cada ser es la nación
que crecerá como nido
en medio de la impiedad
sin los mendrugos del fasto.
Es su conciencia su espada
y su sangre su coraza.
Morirá y renacerá
según el don que le asista.
Vivirá para morir
o morirá dando vida.
Esta es la ley que le cuadra
al que mastica la ley.
Ladran vientos mercenarios
en los silencios del habla;
es en esa encrucijada
donde juego las lloronas.
Es feroz aquel silencio
que deshabita su herida
para ser lobo en la duna
y develarse a la luz.
Cada suceso a su tiempo
y a cada parto su esparto.
Esa ley es la mejor
sin ser la del camposanto.
Cada cual tiene su modo
de barajar la jugada,
pero el que juega sin ley
lo hace con el engaño.
El que aprendió a masticar
resurgita, rumia, canta;
el que no tiene con qué,
vomita hiel en silencio;
Pero el glotón, traga y traga,
y a la hora de jugarse,
según su credo y su ciencia,
vomita sobre sus hijos.
Estas y otras verdades
se me dictó desde el polvo
cuando los vientos quisieron
amenizar mi silencio;
y ya que me dieron tiento
para soltar mis cantares,
pido que me den licencia
y otros jueguen sus tantos.
Pero mientras desenfundo
el chifle que me acompaña
quiero que paren la oreja.
Escuchen como escucharon
con respeto lo que dije.
Este hombre es Nahuén,
entugui de los ranqueles,
cantor de la Pampa grande.(496)
o o o
NAHUÉN
Como la araña que teje
en el aire su morada,
yo, Nahuén, ranquel sin patria,
les quiero contar las penas
de mi nación. Pido un poco
de silencio reverente
para mis muertos que andan
conmigo por donde voy.
Pero no puedo callar
años de venir lidiando
para salvar a mi tribu
como cacique ranquel,
y después, desamparado,
sin un lancero a mi lado,
buscando a ciegas una hija
que se me fuera robada.
o o o
( Fierro se sumó al silencio
como comensal de un sueño.
Dos gauchos se persignaron
susurrando una oración.
Un galope se detuvo
y un relincho precedió
a la figura callada
que hasta el fogón se acercó.
Era una muchacha aindiada
de cabellera arrogante.
Saludó como ranquel
y se acercó con sigilo
a Fierro que la miraba
como si fuera su hija.
A su lado se sentó
sin despreciar el pichel.)
o o o
NAHUÉN
Dicen que la desmemoria
se acuesta en el espinero,
dormita donde los sueños
perdieron la identidad,
pero yo se que despierta
en la balanza del miedo.
Hasta el hombre perseguido
por su condición de gaucho
ara campos de la intriga
y maldice su horfandad;
pero hasta en su sombra ve
la rebelión de su hermano.
En la noche impenetrable
de la memoria del indio
la luz hace la palabra
y la palabra la luz.
Desspués vendrán los que hacen
en esa unidad su nido.
No hay mayor fatalidad
que haber nacido entre pobres.
La miseria es otra cosa;
anda entre pobres y ricos.
Es hacer del ocio causa
sin importar su motivo.
La miseria junto al ocio
juega con cartas marcadas,
para el poder es virtud;
para el debil, maldición.
Por algo un humilladero
te recibe en cada pueblo.
Por andar desprevenido
poniendo el pecho a lo buey
uno pierde las barajas,
otros barajas y cojones.
Por éso ser cimarrón
sale mucho más barato.
Otros, por interrumpidos,
en sueños inmemoriales,
esperan mientras la vida
los crucifica en sus hijos,
y cuando se van sus hijos
lo hacen por no morir.
Hay hombres que a muchos libros
le deben su habilidad
para dar con disimulo
mentiras como verdades.
Escriben sobre la Pampa
sin haberla conocido.
Mentaron supercherías
como verdades eternas.
Bruto llamaron al manso,
a su cultura barbarie;
pero a sus fabulaciones
profesías la llamaron.
Toda la ciencia del hombre
consiste en saber vivir.
No se debe hacer alarde
de lo que al nacer se adquiere,
aunque la soberbia humana
lo olvida por indolente.
La ignorancia no es un don;
es desaprender lo bueno;
no buscar en la memoria
y no ver en la experiencia
lo que otros, con cuidado,
espían hasta en los sueños.
El matrero como el indio
no juega con la memoria.
En su soledad remonta
sus dudas a lo más lejos.
Pregunta a sus mayores
aunque duerman en el polvo.
Perdonen si a la ignominia
la llamo como se debe.
En el tribunal del polvo
no tiene juridicción,
y la tierra, por ajena,
menta cenizas mal pagas.
Pasan las generaciones
con las raíces podadas.
El arbol que nos parió
parece haber olvidado
que nació de las semillas
dispersas en un osario.
Hay una ley que me advierte
que matar no es humano;
pero a la ley del desierto
ésta no le da remedio.
Nadie que mata es mejor
ni el vengador es peor.
El que cae en la emboscada
se va sin saber por qué.
Aquel que anda convicto
de crímenes indecibles
es un muerto que camina
y es fantasma de sí mismo.
El huérfano y la viuda
serán pasto de la ofensa.
Pero vean, compañeros,
los acordes de la vida:
aquí tallamos en paz
sin presumir de letrados.
Dejamos pasar el viento
sin mendigarle fortuna.
Celebramos la amistad
ante un fogón solidario
sin olvidar al que sufre,
llora o canta sin consuelo.
En este andar sin destino
desatinamos la muerte.
Pueblos enteros cayeron
bajo fuego del gobierno;
niños, mujeres, ancianos
fueron muertos sin piedad.
Gente que no lleva daño
en su hacer de cada día,
si jóvenes y en edad
de servidumbre sumisa,
son tomados por esclavos
y vendidos en las plazas.
Pero si son desperdicios
por razones de la edad,
por muy heridos, por pestes,
o por parecer indómitos,
el deguello es el destino
y su sepulcro, caranchos.
Patricios y damas rancias,
aristócratas porteños,
se disputaron los niños
y niñas como trofeos:
barraganas al servicio
de sibaritas de alcurnia.
Esta es la patria real,
ésta la soberanía.
Llaman prohombre al ladrón,
libertario al genocida,
y el que deguella inocentes
es héroe nacional.
Quedan pocos montaraces
y gente que de batalla,
El ranquel ya fue diezmado
y los que viven cautivos,
cuando vomitan las tripas
cavarán su sepeultura.
Aquellos que consiguieron
remontar la cordillera
vivirán o morirán
lejos de la madre patria.
Por el camino dejaron
sus muertos como trofeos.
En el nombre de la Patria,
de Dios, del Bien, del Progreso,
hicieron de la mentira
su religión y doctrina.
En ese erario guardaron
las razones de la ley.
Según esa acometida
el indio es infiel y bruto;
el gaucho, sucio, aragán,
borracho y de mala tripa.
Llaman desierto a la Pampa
después de quemar cien pueblos.(682)
o o o
(Mientras Nahuén promediaba
su decir hospitalario
otros gauchos se acercaron
descendiendo de la noche.
Que parecían mochuelos
es cosa que a nadie intriga.
Entre éllos un ginete
vestido a lo funebrero,
un paisano bien plantado
en un parejero oscuro,
lindo potro que lucía
sin sudor y descansado.
Sin palabras saludó
con el ala del sombrero,
como lo hacen aquellos
que saben dónde llegaron.
Luego convidó su chifle
escuchando al payador.
Parecía un señorito
hecho para la ocación,
pero según su talante
era de monta segura:
su facón dejaba ver
empuñadura de plata.) 706
NAHUÉN
Por ser pampa me convido
a convidar lo que digo;
no por orgullo o bien pago,
sino por el infortunio,
éste de rogar al polvo
cuando los cielos se alejan;
ésto de hacer con las manos
el sendero de mi vida.
Conocí al gaucho Fierro
en una de sables y lanzas,
cuando a las tres marías
hacía yunta el facón,
cuando el ranquel aún era
la perdición del soldado
y la deserción sumaba
al malón en retirada.
Una de tantas partidas
lo tomó por rastrador.
No tenía papeleta
ni un juez por padrino,
así que fue reclutado
para servirles de guía
en un desierto que hervía
de indios en retirada.
Fierro que andaba cansado
de lidiar el escarmiento
sabía que se preparaba
un malón, frontera adentro.
El objetivo, un fortín,
centinela de una estancia,
donde usaban de rehenes
hembras y niños cautivos.
Los guió donde nosotros
preparamos la emboscada.
Lo saqué del entrevero
como si fuera mi padre.
Esos milicos mal pagos
se acunaron en el polvo
y Fierro dijo que era
la hora de de los ranqueles.
Dijo cosas diferentes
de lo que mentan los libros,
los que sellaron la Pampa
como centro del infierno.
Ya no quería volver
a los poblados del huinca.
Decía que del ranquel
tenía tristes recuerdos.
Que sus años en los toldos
nunca sabría olvidar,
como a Cruz y a la cristiana
a la que pudo salvar;
pero que de los cristianos
guardaba peores desdichas
ya que las tierras del indio
regalaron a los ricos.
Yo le quise persuadir
de que buscara cuidado.
Estaba viejo y tenía
como reliquia en sus labios
sólo el nombre de sus hijos
de los que nada sabía.
Sus ojos domesticaban
la intención de mis respuestas.
Con dolor me preguntó
si de éllos alguna vez
entre indios o cautivos
a Fierro se mencionó,
Le dije que por sus dato
algo sabía de éllos;
que creía recordar
que los tuve con mis tropas.
Que como otros desertores
de las levas del gobierno
hicieron causa común
con las tribus asediadas.
Pero que ya no los ví
después de una gran batalla
en la que la retirada
era la mejor defensa.
En esa oportunidad
hicimos un juramento:
unirnos para encontrar
a sus hijos y a mi hija...
Y no les pido descanso
sino un trago, y luego cuento
lo que sucedió en la búsqueda
de aquello juramentado.
Un amanecer de aquellos
bendito como el mejor
despertamos al oir
galopes hacia nosotros.
Como comezón el alba
remedió lo acometido
con nubarrones que daban
escudo a quiénes llegaban.
Eran diez indios en fuga
con sus mujeres y niños.
Al gritarles quién yo era
cruzaron sobre su monta
sus lanzas. Las boleadoras
las colgaron en reposo.
Dudaron por un momento,
pero fuí reconocido.
Fierro curó las heridas
de lanceros que sangraban.
A cambio de ese favor
nos dieron varios novillos,
un chifle lleno de caña,
dos tordillos, un facón,
un atado de tabaco
y advertencias de caminos.
Una mujer que tenía
heridas en todo el cuerpo,
dijo que fue rescatada
por los suyos ese día,
que duró su cautiverio
lo que duró su aflicción,
lo mismo que tres de sus hijas
de las que una murió.
Dijo que mató dos veces
al saber que algunos indios
asediaban el fortín
para robar el ganado.
Otras mujeres con élla
se jugaron con esmero
seguras de que los indios
no iban sólo por vacas.
o o o
(Aturdió la madrugada
un rayo de gran encono.
Si se apiadó de aquel rancho
no fue de casualidad.
Hubo sonrisas amargas;
pero nadie se movió.
El fogón seguía dando
calor a la paisanada,
Se supo que llovería
como pocas veces llueve;
pero cuando así sucede
lo hace por varios días;
como si al final del cuento
triunfa la naturaleza.
Algunos se persignaron
y otros dieron un grito.
Nahuén que calló un momento
retomó su relación
en respuesta de los ojos
que indagabn su relato.
Huepil, junto a Martín Fierro
que parecía dormir,
escuchaba las palabras
de aquel que le dio la vida,)
NAHUÉN
Memorias tengo de mí,
pero no vengo a juntar
mi pasado sin certezas
con las certezas de Fierro.
Se me dirá que a lo indio
mezquino el cuerpo y me impongo
la certidumbre del búho
y la cautela del zorro.
Así es y así será;
pero al referir lo dicho
lo hago sin mis afrentas
y sí con las de mi pueblo.
Soy el el ranquel montaraz
que no desdijo su historia
al invocar los pesares
de su nación expoliada.
Otros maldiguen y lloren;
yo no lloro ni me inclino
ante santos redentores,
ni demonios lisonjeros.
Y si éso sucediera
me escupiría mi raza
Lobo de lagunería
no escarba bajo su sombra.
Una mujer prodigiosa
que me alzara en un malón.
a punto de ser lanceada
por defender a su hombre,
bravo cristiano que abatió
antes de caer dos guerreros,
me tomó como desquite
o maldición de Guecubi,(890)
Esa mujer me parió
como si fuera mi madre.
Aceptó ser mi mujer
después de llorar su hombre
sabiendo que su destino
era una carta jugada.
Me costó mucho entender
su mansa resignación.
Supo enseñarme una lengua
que no era la del huinca,
pero también del cristiano
me dió su lengua y doctrinas.
Aunque parecía urraca
que habla todas las lenguas
el mejor de sus idiomas
era el de su mirada.
No era hija de godos
ni de la porteñería
y no se por qué razón
los odiaba por igual.
Decía que con su marido
eran del norte de Europa
y que por misión traían
estudiar a los ranqueles.
Eso a mi no me valía
la suerte de su persona;
pero al escuchar sus dichos
según los días pasaban
comprendí que esa mujer
era la luz de mis ojos.
Sus palabras sigilosas
araban mi corazón.
Me dió su sabiduría
que venía de los libros.
En su mente esos libros
eran el pan de sus días.
Asi aprendí a leer,
a escribir, a ver lo lejos,
y no sólo con los ojos
sino con el pensamiento.
.
Me contó la historia oculta
de las naciones perdidas,
de culturas diferentes
y de dioses expoliados.
Hablaba del griego, del icso,
del hitita, de Plafagonia,
del oriente misterioso
y las sagas del vikingo;
de los principes caídos
en desgracia por soberbia,
de la cruz donde colgaron
la razón y la justicia,
de las luchas libertarias
del esclavo y el peón,
del arte de combatir
que un oriental enseñó.
En esas noches de lluvias
que parecen infinitas
me recitaba los versos
que cautivaron sus sueños.
El más bravo de mi tribu,
templado para la muerte
de pronto se acurrucaba
en su pecho para oirla.
Quería saber la historia
de los caciques antiguos,
de sus luchas con el godo,
de cómo tomó de éllos
el arte de combatir
en el llano sin guarida,
dónde hacer una emboscada
o dónde esconder el cuero.
Tanto me dio esa mujer
que yo parecía un niño,
. El cacique más feroz
daba paz al que rodaba
ante su lanza y decía
a sus guerreros que a veces
perdonar al enemigo
es ganar en la partida.
A cambio de su enseñanza
quiso que le revelara
la ciencia de los antiguos,
sus creencias y costumbres,
el trato con otros pueblos,
su música y sus danzas,
su manera de cantar
y hasta su modo de amar.
Yo estaba convencido
de que estaba amansándola
como se amansa un caballo;
pero élla me amansaba
sembrándome su sonrisa
como flor de cada día.
Cuando nació nuestra niña
quiso que su nombre fuera
Arcoiris, por lo bella
y su sonrisa benigna.
Yo le dije que Huepil
era ese nombre en mi lengua.
Entonces dijo ."Huepil,
serás la luz de tu pueblo."
El azote del gobierno
fue diezmando nuestras fuerzas.
Debíamos escapar
en pos de las cordilleras.
El concejo desidió
que éso era lo mejor
y que demorar la huida
era sellar nuestra suerte.
El ejército asesino,
con telégrafos y trenes,
cañones y fusilería,
disputaban cada tramo
de las tierras del ranquel.
Disparaban a matar
desconociendo tratados.
firmados en son de paz.
Mataron nuestros guerreros
y despues nos rodearon.
Niños, mujeres y ancianos
fueron muertos o cautivos;
dando todo por perdido
con mi mujer y mi niña
conseguimos escapar
amparados por la noche.
Lidiamos la retirada
con partidas y matreros;
y por meses, sin ayuda,
cazando para comer,
caímos en la emboscada
de algunos desertores.
Nuestras armas eran bolas,
una lanza y un facón.
Uno me desafió,
disputando mi mujer.,
decia que era el mejor
y que me lo mostraría.
Dijo que si lo venciera
sus hermanos conjurados
me dejarían partir
con mi mujer y mi hija.
Tenía ojos de lobo
y el serenero en la mano,
como jugando a matar
un ratón con un zarpazo.
Escupió el suelo y gritó
que la bendición del cielo
le regalaba mujer
que no conoció la Pampa.
A mi juego me llamaron
me dije con disimulo,
y mirando a mi mujer
le di la señal de alerta.
Sabia que no era uno
sino diez en ese duelo,
por más que se hiciera un pacto
de respetar su palabra.
Ella cargó a sus espaldas
a nuestra niña y dispuso
su lanza como un escudo,
pero dispuesta al combate.
Nunca tuvo que lidiar
en esos meses de furia
y decía que matar
era el último recurso.
El desertor hizo galas
de convidado a bailar.
Se acantonó con su poncho
como bandera en el aire;
y empezó una mescolanza
que los pampas conocemos.
Es el miedo disfrazado
de coraje temerario.
Retrocedí como el puma
antes de pegar el salto.
Se rió de esa manera
de regalarle distancia.
Mentó su poncho a lo zurdo
dando fintas de costado
queriendo que me le fuera
a picar por la derecha.
Se avalanzó dando un grito
creyéndome calabaza
y se enredó con mi poncho
que le sirvió de mortaja.
Al instante sus amigos
al verlo morder el polvo,
escupiendo maldiciones,
se lanzaron sobre mí.(1.082)
Como la fiera que juega
a defender sus cachorros
retrocedí como quién
se hace escudo del infortunio.
Hice lo que pude hacer,
y dejé a dos tendidos;
pero alguien disparó
su carabina, y caí.
Mi mujer en una yegua
trató de salvar mi vida.
Con su lanza arremetió
y obligó la retirada,
sin balas y con dos hombres
con lanzasos en el cuerpo.
Después de días volvieron
por mi mujer y mi hija
Mi mujer como si fuera
águila y puma a la vez,
les presentó la batalla
más feroz que yo haya visto.
Al desmayarme advertí
en ese día maldito
de que modo fusilaban
mi mujer por no rendirse.
Al despertar del desmayo
la vi tirada a mi lado;
al instante comprendí
que se alzaron nuestra niña.
Al sepultarla juré
por su estirpe y por mis padres
que la vida se me iría
buscándola en el desierto.
Años pasé preguntando
en cualquier lugar que fuera.
No hubo lugar que en mi empeño
no escabara noche y día.
El mundo me parecía
engañoso y sin final,
un libro de muchas hojas
con notas desconcertadas.
En fogones y pulperías
como paria alucinado
preguntaba por Huepil
sin que nadie me ayudara.
Por las señas que yo daba
un mercachifle borracho
dijo que me anoticiaba
a cambio de mis monedas.
Dijo que la había comprado
y revendido a una dama
que en caravana venía
de Potosí a Buenos Aires;
; pero que supo después
que la carabana aquella
fue asaltada y nunca pudo
recalar en su destino.
Allí se perdió la pista
que aquel mísero me dió;
pero mi olfato decía
que no salió de la pampa.
Presumí que viviría
en esas inmediaciones
y así seguí mi pesquisa
sin dar y sin darme tregua.
Vivíamos de las yerras
con Fierro como quien anda
al azar de los caminos
preguntando por sus hijos;
yo por mi niña robada,
espiando con prudencia
estancias y sembradíos,
rancherías y cuarteles.
Fierro, como quien desciende
del infierno cada día,
preguntaba por sus hijos
sin guardar su identidad,
pero dando aquellos nombres
que años antes supieron
darse como disimulo
para no ser emboscados.
Una noche, como tantas,
ponderábamos estrellas,
comparando cada nube
con cojinillos y liebres.
Algún grillito le daba
con sus alas al violín
y a lo lejos el alba
nos regalaba su cresta.
Fierro frenó su caballo
con un gesto de silencio.
Un ademán a lo indio
sugirió malos augurios.
En silencio me miró
sin decir una palabra.
y al descender de su monta
sin dudar hice lo mismo.
La noche crujió en el hilo
que divide la distancia..
Barajas de cielo abierto
convidaron esa nota.
Aves de alas bermejas
despidieron las estrellas
y un eco de polvaredas
se apalabró en lo que cuento.
Acostamos los caballos
y sin hacer comentarios
dejamos que los facones
hicieran su sementera..
Fierro pegó las orejas
al suelo, siempre callado.
Escuchó lo que la tierra
dice al que sabe escuchar.
Despues de algunos minutos
de socegar el silencio
nos aturdieron gemidos
pausados y muy sufridos;
parecían el llamado
de una mujer que moría.
El silencio presagiaba
lo peor de aquellos días.
Pedí a Fierro que cuidara
mi espalda y me arrastré
lo mismo que lagartija
a urgar el carrizal.
En una picada hecha
adrede en la espesura
hallé una niña atada
con tientos a dos estacas.
La llevé en brazos. Lloraba
sin lágrimas y me dijo
que debíamos huir
porque ésto era una trampa.
Después contó que los hombres
la querían comerciar
por balas y por caballos
para escapar de la ley.
La pusieron de carnada
esperando comprador,
indio, milico o matrero
que se tentara con élla,
o sonsos que al ayudarla
cayeran en la emboscada.
En esa treta la tuvieron
muchos días sin piedad.
Fierro escuchó sus palabras
mientras curaba sus llagas,
luego de envolverla en su poncho
la escondió en un pajonal,
y con llanto contenido
me dijo: "Nahuén, hermano,
estos malditos tendrán
el castigo que merecen."
Despues formamos con paja
cuerpos de dos gauchos puestos
como quiénes al porrón
le dieron más de la cuenta.
Un fueguito de por medio,
y por si acaso al costado
una niña de estropajo
envuelta con dos hilachas.
Esperamos medio día
sin escuchar un suspiro
hasta que como jauría.
creyéndonos emboscados,
los desertores salieron
quién sabe de qué agujero.
Hicimos lo que se hace
cuando se juega la vida.
No contamos cuántos eran
los que querían cazarnos,
Con sables y con machetes
a la carga se llamaron.
Al reventar los muñecos
que dejamos de señuelos,
Fierro dejó panza arriba
a dos en la acometida.
Con mi lanza hice aquello
que cuando el ranquel pelea
hace, sin dar tregua a nadie,
y lo hace por instinto.
Los demás, por la sorpresa,
no supieron defenderse.
Quicieron huir algunos
sin tener norte ni sur.
Al último lo alcancé
lanzándole mi puñal
en el nombre de aquella niña
a quién tanto daño hicieron.
Raídos como nosotros,
llenos de llagas los cuerpos,
parecían darnos gracia
por sacarlos del infierno.
Recuperamos la niña
de donde la escondimos.
Daba pena esa criatura,
mustia, tan desconsolada,
entre muertos y dos hombres
sucios de barro y de sangre;
en el fuego de sus ojos
se vislumbraba la vida.
Cuando comió lo que hubo
de la caza improvizada
dijo que no era india,
pero tampoco cristiana;
que nació de una cautiva
que la educó a su manera,
que ya sabía escribir,
leer y hacer unas cuentas.
Cuando comprendió que Fierro
y yo éramos amigos,
nos relató de los días
en que miles de soldados
fusilaron a su pueblo,
y como, muertos sus padres.
fue tomado de botín
y vendida varias veces.
o o o
Entre los brazos de Fierro
se acurrucaba Huepil
escuchando aquel relato
del ranquel que la nombraba.
De pronto calló Nahuén
con un nudo en la garganta
prometiendo terminar
alguna vez su relato.
Más de uno lo miró
esperando que dijera
que aquella niña nombrada
era la que junto a Fierro
escuchaba silenciosa.
Jugando con dos pidritas
parecía dibujar
regiones indiferentes.
El silencio de repente
se alumbró con un relámpago.
Algunos a la oración
de la noche sin consuelo
le soltaron una lágrima
del pichel que compartían.
El silencio masticó
otra tropilla de truenos.
Esta era la ocación
de convidar el silencio
develando para todos
el rostro de aquella niña;
pero ocurrió un apagón
del fogón que nos cuidaba
y hasta sin saber por qué
los carbones bostezaron.
Un relámpago cortó
la soledad de la Pampa;
entonces el gaucho aciago,
vestido de funebrero,
se puso de pie riendo.
Dueño de la oscuridad,
se pronunció como quién habla
sin ofender a ninguno:)1330)
DIABLO
Elogio la desmesura
de una noche sin edad
en la que cave el delirio,
la razón y la palabra.
Donde nadie tiene fueros
ni abolengo que le asista.
Aquí no hay supremacía
ni ley que quite derechos:
el de cantar opinando,
el de cantar por cantar,
o el de callar cuando ese
es su modo de opinar.
Yo no soy mejor que nadie
y nadie es mejor que yo.
Se me invocó muchas veces
antes de hacerme presente.
Lo hago por olvidarme
de mi mismo por un rato.
Elogio la desmesura
de litigar el silencio,
de olvidar lo mal callado
para recordar mejor,
de retobar las guitarras
por alcanzar claridad.
Cada cual a su manera
y cada quién en su don,
sea de las tolderías
o de publitos remotos.
Que aquí cantará hasta aquel
que se levantó del polvo.
o o o
Dicho ésto aquel paisano
a lo indio se sentó
entre gauchos silenciosos
con los ojos como fuego.
" Guecubi", dijo una india
y se refugió en su poncho.
El fogón se hizo rodeo
de llamaradas inquietas;
un suindá cruzó la noche
con su reponso agorero;
pero nadie se alejó
del fogón que los juntaba.
Un gaucho se iluminó
ante el fuego victorioso
y sin esperar acordes
que acompañara su voz,
se arrodilló ante las llamas,
besó el suelo y nos bendijo.
ENTUGLI RANQUEL
En honor del padre fuego,
y la tierra, madre eterna,
bendigo a cada uno
como entugli de la Pampa
y recupero la voz
de quiénes no volverán.
Aprendí de mis hermanos
a escuchar con humildad.
Como aquel que poco sabe,
pero sabe mucho más
cuando el que habla es igual
en humildad al que escucha.
De cantores fidedignos
tengo la perseverancia,
y como Nahuén, mi hermano,
soy decidor de la historia
de las luchas y dolores
que mi pueblo aún padece.
Vine a a decir al acaso
las cosas que a veces digo,
cuando el mate, la guitarra
y algún trago se comparte;
pero en esta noche quiero
un desafío mayor.
Barajen barajadores
y no me achiquen el ruedo;
juegue quién quiera jugar
la mejor carta que tenga.
No soy el que grita ¡ Quiero !
para repechar el mazo.
Me convido a ser oído
como al escuchar me obligo
a todo aquel que conmigo
ponga su leño al fogón.
Hasta el ave más rapaz
escucha al de la jaula.
No es bueno desperdiciar
en ocación como ésta
a quién puede ser más libre
o quién por cerrar la boca
hace de su mente jaula
y de su razón candado.
Dejen pastar sus caballos,
hagan correr el pichel,
desenrieden, compañeros,
ilusiones y esperanzas;
pero también todo aquello
que hasta en los sueños se teje.
Todo cave en la memoria
cuando la intención se presta,
cuando en el andar dejamos
lo mejor de la experiencia,
Hay yerros que algunas veces
es una verdad oculta.
El que anda a su manera
y según su parecer,
hace de su sombra espejo
para ver lo que conviene,
y cuando desanda yerros
sabe sacar conclusiones.
Por torvo y apresurado
muchas veces me perdí.
Que pagué las consecuencias
es cosa que no desdigo.
Es una triste experiencia
aprender del sufrimiento.
Mientras voy templando el aire,
las cuerdas y la garganta
ya despunté pétalos blancos
al telar de la payada
y sin querer ser meloso
me les fuí de lo mejor.
Traigo de muchos fogones
el decir de mis mayores;
pero también la certeza
de quién defiende ese don.
Hable la voz del ranquel
en las trovas de Huepil.
Que nos diga de la gesta
de su madre extraordinaria,
de su padre que ha callado
lo que yo se de su arrojo.
Aquí tiene mi guitarra
como trofeo ranquel.
o o o
Como cresta esa guitarra
tenía una cinta roja;
representaba la sangre
de los pueblos oprimidos,
del gaucho y de los morenos
que cayeron en la Pampa.
El silencio se escuchó
como bramido sepulto.
Mientras los cielos tejían
relámpagos inconclusos,
Huepil se desprotejió
del brazo de Martín Fierro.
Al tomar esa guitarra
besó la cinta estridente
y casi por desmparo,
al calor de aquel fogón,
hizo sonar esas cuerdas
que conversaron con élla.
HUEPIL
Donde nace la palabra
nace la noche y el día.
De noche son alas blancas
con el pujar de los astros;
de día son los espejos
que acarician ese trato.